Hoy traigo título de película ganadora de Oscar, pero aunque ya estéis acostumbrados a mis post culturetas, no solo de arte o literatura vive el hombre, y os traigo una pequeña aventura que me ocurrió ayer, y digo pequeña porque no es gran cosa, tampoco os vayáis a pensar.
Jueves, después de una jornada de trabajo donde todo sale bien, de esas que llamas al ascensor seis veces al día y las seis se abre instantáneamente, sin esperas, una mañana donde por primera vez en tiempo no hubo ningún calambrazo, la gente te sonríe y los chicos más guapos están a la puerta del instituto para calentarte la mente. Llegar a casa y encontrarse con una cocina medianamente recogida y dentro de las posibilidades de mis compañeros que para este tipo de cosas están bastante limitados, limpia. Ponerme a cocinar con el mp3 y los auriculares, algo nada convencional pero si entretenido y mientras dejo una sartén con el fuego al mínimo, irme a mi balcón a fumarme un cigarrillo bajo un cielo despejado y una temperatura agradable. Idílico todo dentro de la cotidianidad ¿no? Pues llega un momento en que se tuercen las cosas.
En un estirón de mi brazo, el mp3 que llevo sujeto con las gomas de mi pantalón de deporte con el que cocino sigue la dirección que le asigna la ley de la gravedad y cuelga peligrosamente del cable de los auriculares y por ende, de mis orejas, en una fracción de segundo que dura esta pequeña crisis intento estirar mi brazo hacia el mp3 que, irremediablemente golpea la barandilla, rebota contra mi pierna y finalmente cae al vacío de mi balcón en un primer piso, a la calle, solo y desamparado en un momento que me sentí G-boy con su habitual mala pata. Como en un thriller me asomo a la barandilla en otra fracción de segundo, tiempo suficiente para escuchar el CRASHHHHH al golpear el mp3 contra la dura acera de losetas cutres. A cuatro metros de distancia y en dirección al mp3 va un carro de la compra, empujándolo un gitano rumano con camiseta de asas y con el carrito lleno de chatarra. Se agacha y recoge las piezas, yo asisto aterrorizado a esta nueva situación que se me acaba de presentar. Con mi pantalón de deporte, mi camiseta de asas (si, ya sé que puede parecer muy marica la presentación), y mis pantuflas, busco casi temblando las llaves de casa con la intención de recoger los restos mortales de mi mp3. Tardo en encontrarlas, me asomo al balcón y suelto una carraspera, el rumano me mira.
Bajo las escaleras corriendo, en unos segundos que parecieron eternos. Yo aprovecho este inciso de tensión para comentar que supongo, vosotros os estaréis preguntando que coño hago yo, a estas alturas de 2011 con un mp3, cuando un teléfono te lo puede arreglar todo, o bien un ipod, o cualquier otro aparato tecnológico actual. Pues que sepais que yo con mi arcaico mp3 que debe tener como ocho o nueve años por lo menos me apañaba muy bien, y lo utilizaba más como pendrive que como mp3 propiamente, a excepción de mis viajes a Galicia donde si le daba mucho uso para poder dormir a gusto en el autobús, y si, para dormir también lo he utilizado en infinidad de ocasiones en general.
Volvemos al punto donde habíamos dejado el post. Abro el portal de la escalera y me encuentro al rumano con cara de buen chico, muy moreno y las manos más morenas todavía, bueno, llenas de porquería con unas uñas más negras que el gato de la bruja, con sus dientes separados y oscurecidos me dice:
- Está muerto, estos son pedazos, está roto, no sirve.
Con mucho cuidado cojo las piezas 8 piezas sueltas de su mano. Imposible realizarle en ese momento el boca a boca a mi mp3, y con mucho cuidado no por el delicado estado del mp3 si no por no tocar aquellas manos sucias.
- Tu, puedes regalar, y yo arreglar y escuchar música.
Se me enternece el alma y pienso en la dura vida de esta gente, que va por las calles recogiendo chatarra. Lo miro y le contesto:
- ¡Ay! Pues no va a poder ser, lo siento, aunque esté muerto, tengo que intentar recuperar los archivos, archivos muy importantes, documentos imprescindibles que lleva dentro. Lo siento mucho.
Le pregunto antes de darme la vuelta y volver a mi casa que qué iba a hacer si se lo regalase, ¿quedarse con la pila? ¿vender las piezas? y él contesta que arreglarlo si pudiese y nada más que escuchar música mientras recoge chatarra. Subí las escaleras y recompuse las piezas, todas de la carcasa que se habían soltado con el golpe. Pulso en botón de encendido y funciona perfectamente, una vez recompuesto, pulso todas las teclas y funciona. Había revivido, eso si, muy deteriorado al punto que, para tenerlo en casa como pendrive si servirá, pero para hacer más viajes conmigo ya no. Snif Snif. ¿No hay en blogger smileys de esos con carita de pena?