Mal empieza lo que mal acaba, que dice el dicho. Y algo así ocurrió, porque no terminé nada bien el mes de julio, físicamente me refiero, porque llegué a finales con un cansancio de mil pares, con ligeros síntomas de febrícula y en general la tripa hecha polvo, así fue como mal acabamos la temporada y mal comenzamos las vacaciones.
Porque en cuánto le dije a la gente de Galicia que no estaba nada bien, pese a mi sentido del humor, todos me dijeron que era típico que yo reventase en vacaciones, que era ya un clásico, porque solía ponerme enfermo, si no era por unas cosas por otras, en este año invertimos la situación, y llegamos ya a las vacaciones hechos polvo.
No habían pasado unas horas de mi llegada a Galicia cuándo yo ya estaba preparando el fin de semana, el de las fiestas del pueblo que años ha me hacía tanta ilusión, cuándo empecé a sentir que algo no iba bien en mi intestino, no era una simple gastroenteritis de estas que te fulminan en unas horas, no localizaba yo el foco del dolor de mi vientre en una zona habitual, y descartaba una posible apendicitis, porque esta vez el dolor fue en la parte central del abdomen. Un dolor que se repetía en el tiempo, y al igual que si de una tormenta se tratase, iba aumentando en intensidad y con menos periodicidad. Un coñazo de dolor, así os lo digo. Llegó un punto en que el dolor se hizo tan fuerte, que doblándome no me dejó otra opción más que pedir a mi padre que me llevase a urgencias, porque ya pensaba que de aquella no saldría. No sé si había comentado alguna vez que soy un poco hipocondríaco, pero que cuándo voy al médico es ya por algo excepcional.
Y mi periplo de camino al hospital, porque el centro médico más cercano está a unos cuántos kilómetros de casa, sufriendo de dolores y aguantando la parsimonia con la que conduce mi padre, que es inversamente proporcinal a la prisa que tú tengas por llegar a un sitio. Desesperante. Eso si, conversación me dio por el camino, y ya evité tratar nada relacionado con la salud, porque sus conclusiones suelen ser las mismas siempre.
Eso si, llegar a un hospital privado es una historia totalmente a lo que hasta ahora había vivido yo en Galicia nunca, porque te atienden de maravilla. Así os lo digo. Fue llegar a urgencias y besar el santo, al momento te pasan a la sala de observación, y enseguida viene una enfermera a la que le cuentas tu vida y obra, y luego un médico caribeño con amplia sonrisa al que le vuelves a contar lo mismo y que te asegura que te va a calmar tus dolores, al que le preguntas si te los quitará seguro y te responde afirmativamente. Pero lo mejor de todo este mal, que no dejó de ser un virus intestinal de estos (aunque distinto a nada que yo hubiera vivido antes) una gastroenteritis aguda, fue la atención de Pablo R. lo que más me quedó grabado. Un enfermero jovencísimo (para mi edad), pero en una edad muy tierna, que ya no es delito y de los que ya duelen, con unos ojazos verdes impresionantes y un cierto aire de kinkorrillo que no podía ocultar pese a su vestimenta de hospital, su amplia sonrisa y sus perlas relucientes, su tacto al cogerme el brazo, al buscarme una vía y romperme una vena, sus disculpas, y que no me dejase marca alguna, su segundo intento, advirtiéndome que me iba a doler un poco, mientras por mi cabeza pasaba un solo pensamiento "taládrame, si, pero con la otra aguja, y no te disculpes!". Ay, Pablo R., que me he quedado con tus datos, y a punto he estado de pedirte amistad en el Facebook, o lo que es mejor aún, su messenger. ¿O ya no se lleva eso de pedir el messenger?
Total, que después de agujerearme Pablo R, y de inyectarme en vena, un bote de paracetamol, y dos botes con no sé qué sustancias, ahí me fui calmando, al punto de que salí del hospital sin dolor alguno. Y yo creo que aunque el diagnóstico del doctor cubano fuese el acertado, la mano de Pablo R, o solamente verlo, obró en mi milagros como solo haría Jesucristo.
Bueno, al menos a pesar de lo intenso del dolor parece que no te duró mucho y pudiste disfrutar el resto de las vacaciones. Es curioso, pero con la mala que tiene el invierno y nos solemos poner malos con más frecuencia en verano.
ResponderEliminarBicos.
Pensé que moría! pensé que iban a tener que abrir, si es que ya me veía yo con una especie de peritonitis o algo similar. Es cierto, el verano es más que propicio a este tipo de males, será que los alimentos se estropean con mayor facilidad, aunque, yo no recuerdo haber comido nada en mal estado.
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cuidate mucho chamacon!! te mando buena vibra :3
ResponderEliminarYa estoy bien, todo lo recuperado que puede estar alguien que siempre está quejándose.
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Estabas tan obnubilado con el enfermero que te la clavó bien clavada... la aguja, claro :D
ResponderEliminarAy, que tenías tú que ver a mi Pablo R, qué guapez, le habría dejado seguir buscándome vías toda la tarde.
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Cari... suele pasar que en esos momentos que te sientes mal hay algun doc buenorro... que te recuperes a totalidad.
ResponderEliminarSe me pasaron de repente todos los males, un auténtico placebo, yo creo que me vieron y dijeron, a éste que lo atienda el chico.
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