martes, 27 de agosto de 2013

¿A que si, Madi?

Tras dos años luchando muy duramente contra una enfermedad anteayer le llegó el momento de rendirse definitivamente, o más bien, de ceder el pulso ante ese brutal cáncer de pulmón (y dejémonos de eufemismos sobre una grave enfermedad que tiene un nombre que siega millones de vidas y sobre la que se avanza muy lentamente, mucho más despacio que la destrucción que siembra). Se llamaba Mari, tenía 52 años.
Pimpf pequeño y Mari, escondida
No sabría explicar el grado familiar que me unía a ella, si, realmente una prima de mi padre, ¿Qué me es eso a mi? Poco, pero os aseguro que era mucho más que eso. La prima más cercana, que desde los primeros días me cogió en su regazo. ¿Cómo una tía para mi? Algo así. La que me hacía fotos con su payaso de juguete gigantesco, la que me enseñaba canciones y sobre todo, la que me enseñaba a decir tacos, la que me hacía enfadar para hacerme saltar el genio cuándo no tenía ni tres años. Efectivamente, para su familia yo era el nieto o el hijo que todavía no había llegado, y así pasé gran parte de mi niñez, entre su casa y la mía, vecinos, muchos viernes durmiendo en su casa, muchísimos, jugando en su patio, despertándola por las mañanas, entreteniéndola por las noches, encendiéndome el televisor para que no le diese la paliza, haciéndome desayunos con galletas de avellana, de aquellas que no había en mi casa. Y fue creciendo, se enamoró, se casó, fue haciendo su vida, su propia familia.
No dejó de ser un pilar fundamental en la familia, nunca. La proximidad con la edad de mis padres también hizo que fuese parte de su pandilla. ¿Se puede tener más proximidad con alguien que apenas te es nada? Noches de café, tardes de café, mañanas de café, viajes, compras, largas charlas con mi madre en su coche al que nos llevaba de un lado a otro. Pero quizá lo que más llamase la atención fuese su forma de ser. Cariñosa, si, mucho, aunque no pareciese demostrarlo casi nunca, su genio, sobre todo, su mal genio, su mala hostia como diríamos aquí, gobernando sobre los suyos hasta el último día que fue consciente, cuándo ya su cuerpo no respondía, y ella seguía teniendo esa pizca de mala leche que no dejó de tener en ningún instante, su vocabulario en cuyas frases no faltaba nunca un taco, un insulto hacia alguien. Si, como yo decía, mala, mala hasta el final, y eso era lo que la hacía ser muy fuerte, lo que a todos nos gustaba de ella. Cómo no, de mi pueblo, con un olfato innato para el cotilleo, otro de sus rasgos fundamentales, manejaba más información que un periodista e incluso para sus propias cosas no tenía freno en la lengua. De haber tenido estudios, habría hecho sin lugar a dudas, periodismo. Qué crack, la fuente de información de la familia, el puto CNI. Pero ni la mala hostia puede con un cáncer, ni tan siquiera Mari, ¿A qué si, Madi?
Esta frase, ¿A qué sí, Madi?, se la repetíamos cuándo queríamos que le saltase el genio. Una sobrina suya política se la repetía siempre, una vez la niña se pasó en su casa un par de semanas, ella sin pelos en la lengua nos decía que estaba de la niña hasta el moño, mientras, la niña delante de nosotros jugaba, y a los pocos minutos venía con su repetitivo y cansino ¿A qué si, Madi? y ella le respondía siempre "Si, Paula, Si" con todo su genio.
Pues dos años de lucha contra el cáncer. ¿Para qué? Pues aunque ella no se quiso rendir en ningún momento, al final no era ni la sombra de lo que llegó a ser, una señora, una señora bien. Con buena posición económica, bien pintada siempre, muchas veces de peluquería, de estas personas que tuvieron unos años noventa gloriosos. Su juventud llena de admiradores y sus dos hijos, la chica, la mayor a la que no paraba de echarle broncas y a la que quería con toda el alma, y su pequeño, que eran realmente su vida. Allí estuvieron, hasta el final con ella. La penúltima vez que estuve con ella, en Navidades, avergonzada me decía que ya no tenía pelo, yo quitándole hierro al asunto le dije que no se preocupase, que yo tampoco tenía, pero que a ella le volvería a salir, pero a mi jamás me volvería. Se reía. Hace dos semanas fui a visitarla a su casa, el deterioro en estos últimos meses fue brutal, no era mi Mari, físicamente, nada que ver, y sin embargo, su genio, su genio fue lo que me convenció de que era ella. Me despedí con un beso, y le prometí que la volvería a ver antes de volverme de vacaciones a Madrid. Cuatro días después estaba internada ya en el hospital, con morfina, y en una visita que le hicieron mis padres, en un momento de lucidez, haciendo fuerza para hablar, les preguntó por mi. Me había quedado en casa, a descansar. No la volví a ver, y ya no sé si por miedo a no ver nunca más su genio o por miedo a la muerte.
Me quedo con su imagen a lo largo de toda mi vida y este sentimiento de haber perdido a alguien muy grande y especial.

5 comentarios:

  1. Lamento mucho su pérdida. Seguro que has estado triste. Te mando un abrazo gordo.

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  2. A mi tambien me pasaba lo mismo con mi abuela materna: una mujer dulce, cariñosa y que nunca se dio por vencida.

    Un abrazo fuertote y te acompaño en el sentimiento.

    Salu2.

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  3. Siento su fallecimiento, aveces escribir ayuda a decir muchas cositas desde el corazón. Se nota que le tenías mucho cariño y fue muy afortunada porque parece que no fuiste el único. Ese genio no se quita ni en el más allá ^^ así que seguro debe estar igualita. Un abrazote!

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  4. Caray que penita, una perdida dificil.
    Espero te recuperes pronto!
    Una carita angelical la que tenias de niño!
    Un abrazo!

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  5. Un beso fuerte, Pimpfito... Qué cabrona que es la muerte!!!!!

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