No, tranquilos, hoy no os traigo ningún dramón, al menos ningún dramón mío, aunque en la historia sí hay alguien que llora. Entro en el coche del metro (porque en el metro no se debe decir vagón) y aunque no está demasiado lleno, consigo apoyar mi espalda en la puerta opuesta a la que he entrado, la gente parece tranquila a mi alrededor, libre de carteristas o maleantes, un chico mono con una bicicleta está al fondo del vagón. Enfrente un chico gordito no me saca ojo de encima, carga con una mochila, también está de pie, el resto de usuarios están sentados, excepto una niña pequeña de unos tres o cuatro años que va con su abuela.
La abuela es una señora recién entrada en los sesenta años, más pintada que un vagón de metro de Nueva York, una combinación fatal de colores que no hacen más que acentuar su edad. Decido abrir mi libro de Danza de Dragones para meterme de lleno en el fantástico mundo mágico de Poniente, estoy con un interesante capítulo del Caballero de la Cebolla, como es más conocido Davos Seaworth, en el que intenta convencer a unos señores para que ayuden a su rey Stannis Baratheon. Ni su misión es fácil, ni la mía. Levanto una ceja, el chico gordito me sigue mirando fijamente, no sé si le interesa más mi libro o yo, empiezo a tener mis dudas, o disimula, que también es una opción. Sigo enfrascado en la lectura.
Al momento comienza a llorar la niña que va con la señora que va pintada como una puerta y también va teñida. La niña llora mucho, está empecinada en algo que su abuela no quiere cumplir, algún capricho infantil probablemente. Olvido mi libro. La niña llora porque quiere ver a su madre ya. La abuela trata de tranquilizarla, le dice que quedan pocas paradas, que enseguida verá a su madre. La niña aumenta sus sollozos que se convierten en gritos de histeria. La abuela le dice que se calle, saca de su bolso un sandwich de jamón y queso, parte un trozo pequeño y se lo intenta dar a la niña. Sus gritos de histeria comienzan a llamar a atención de todo el mundo. Se niega a comer el sandwich. La abuela coge parte de un plátano que también estaba en la misma bolsa con la merienda de la niña, se lo intenta dar, para que coma y no monte escándalo. ¡Quiero a mi mami, quiero a mi mami, quiero a mi maaaaaa aaaa miiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Quiero ver a ma aaaaaaaaaaa miiiiiiiii iiiiiiiiiiii! repite una y otra vez sin cesar la niña, aumentando los decibelios. Es una rabieta en toda regla. La abuela utiliza métodos de la Supernanny, pasar olímpicamente de la niña, que es lo que se debe hacer cuándo los niños tratan de llamar la atención. Abre la Cuore y se pone a leer cómo Álex González competirá con Rubén Cortada en la próxima serie de Telecinco, El Principe. Muy guapos ambos, yo también podría perder mi mente pensando en ambos, sobre todo en Rubén, pero tengo un libro delante al que he dejado de prestar atención.
Intento retomar el libro, veo el marcador, está en la página dónde lo había dejado, claro que empiezo a leer la hoja desde el principio y la mayor parte del texto ya me la había leído. Me han descentrado, pero encuentro dónde había dejado la lectura, leo un par de líneas, pero con el jaleo que está montando la niña soy incapaz, intenta ahora coger el brazo de su abuela, y ésta le dice que se calle, que volverá a ver a su madre enseguida, que les quedan solamente dos paradas, seguramente le queden el doble, las abuelas siempre tienen medidas de tiempo distintas al resto de los mortales. Decide sacar un cuento del bolso, y le pregunta a la niña si quiere que le lea un poco. La niña se calma, se hace el silencio en el vagón, todos los que estamos en él respiramos aliviados, por fin se ha ido la rabieta, silencio total.
- ¿Me secas las lágrimas abuela? - pregunta la niña frotándose el ojo con un dedo- Sécame las lágrimas, por favor, abuela.
La abuela le pasa sus dedos por los ojos, y la niña comienza a cantar y a saltar en el metro mientras escucha cómo la abuela le cuenta parte de un cuento de Caiuou. Con esta facilidad pasan los niños del berrinche a la algarabía.
Ay las abuelas, siempre tiernas, ains.
ResponderEliminarSalu2.
Si, esta tenía cara de abuela paciente, muy maquillada pero paciente.
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En cuanto la peque llora, mis padres van perdiendo el culo. Ains, cuánto ha cambiado la cosa...
ResponderEliminarEs que una cosa es ser padres, y otra muy distinta ser abuelos... a los nietos se les consiente casi todo, yo lo vi en su día en mi abuela, a mis tíos siempre les daba más caña que a mi.
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Me temía lo peor... Me alegra ver que la abuela tiró del clásico recurso del cuento... No es tan difícil educar... Aunque a veces... Besotes.
ResponderEliminarTe esperabas un guantazo? Se lo hubiera merecido, jajaja, pero ya sabes como son las abuelas.
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Vamos, que la niña maneja la ciclotimia con una soltura dificilmente vista jajajaja.
ResponderEliminarBicos.
La niña es una crack de los cambios de humor, ya te lo digo. Pero a mi el detalle que más me gustó fue que le pidiese que le secase las lágrimas, pq la gente del vagón se echó a reir.
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Awww...bien sé yo de eso, con las ahora cuatro sobrinas y un sobrino...vaya, vaya, vaya...Trini, la Trinimoto!...es un verdadero camaleón emocional, vieras tu, si da para Oscar... y todo!...pero bueh...también recuerdo haber sido así...y no estoy muy seguro que se me haya pasado ejejejej. BESOS.
ResponderEliminarJajaja, quién nos lo iba a decir con la Trini? Con la cara de niña buena que tenía al principio...
EliminarBicos ricos
Mi beba nunca me hizo pasar algo así un berrinche de esas proporciones jejé aunque sí igual pasaba del llanto -enojo a la alegría en un santiamén jiji yo no puedo leer en transporte ,,, me distraigo horrible jejé
ResponderEliminarBesosss tigrosos
Ya ves... yo intentaba leer... y al final me distraje en cero coma.
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