domingo, 3 de marzo de 2013

Jarabo (IV y final)

Lo que empezó como un post sobre una efeméride cualquiera del 10 de febrero, coincidente con el día que se hizo pública la sentencia a muerte del asesino Jarabo de finales de los años 50 en España, terminó siendo un tema apasionante, lleno de documentación por internet que me abrió la posibilidad de hacer varios post, porque sobre este crimen había mucha tinta por escribir, el primer capítulo era sobre la personalidad y vida de Jarabo, y las circunstancias que llevaron a Jarabo a realizar tales crímenes. El segundo capítulo era la ejecución del crimen en si mismo, de los cuatro asesinatos, y el tercero explicando las horas posteriores al crimen, los errores de Jarabo, detención y juicio. Hoy toca la ejecución de la sentencia, otro aspecto escabroso de su biografía.
 
Las cuatro penas de muerte a las que fue condenado Jarabo iban a ser ejecutadas por el método del garrote vil, ese instrumento español con el que a lo largo de los siglos se dió muerte a muchísimas personas. La importancia de esta ejecución fue que abrió el debate sobre la idoneidad de este método para ejecutar a las personas, aunque en España aún se utilizaría en más ocasiones hasta la abolición definitiva de la pena de muerte.
 
El 3 de julio de 1959 fue la víspera de la ejecución, Jarabo la pasó en una celda-capilla situada en un semisótano de la prisión de Carabanchel en la que había un pequeño ventanuco que permitía entrar un sencillo rayo de sol. Jarabo pasó las últimas horas acompañado de dos sacerdotes, uno jesuita y el otro el capellán de la prisión, también le acompañaba su abogado defensor, Ferrer Sama. Por la tarde, el abogado quiso aliviar los últimos momentos de Jarabo y fue a una tienda a la que solía acudir Jarabo para comprarle una botella de whisky y unos cigarrillos María Guerrero. Los carceleros solo permitieron a Jarabo probar un tapón de whisky pero los cigarrillos le fueron denegados.
 
A la hora de la cena, uno de los redactores de la sentencia de muerte salió apesadumbrado de la prisión al ver cómo introducían en prisión el ataúd que horas después se llevaría a Jarabo. Se quedaron por la noche en la celda su abogado defensor y Jarabo, hablando de varios temas, entre ellos la religión, dios y el perdón de los pecados, a estas alturas, Jarabo estaba ya arrepentido de lo que había hecho, pero pensaba que era muy tarde ya para pedir perdón a Dios para su salvación eterna. A las cinco de la madrugada, Jarabo presentó síntomas de diarrea y después escuchó una misa, arrodillado, se confesó y comulgó. Al terminar la misa accedieron a darle un vaso de whisky y uno de los habanos que le había comprado su abogado defensor. La ejecución estaba fijada para las seis de la mañana, pero los funcionarios de prisiones tardaron un poco en aparecer a buscarlo, alargando más si cabe su agonía. Cuando aparecieron, le intentaron colocar a Jarabo un pañuelo negro sobre los ojos, pero éste se negó a ponerlo, tuvo que convencerlo su abogado defensor para que mejor no viese lo que había detrás de la ejecución, ni las personas que allí estaban. Jarabo agradeció a su abogado todos los servicios prestados y que no pudo llegar a pagarle, y se lo llevaron a la sala de ejecuciones. La sala de ejecuciones era pequeña y tenía una gran viga de madera y una silla dónde sentarían al condenado, el garrote era móvil. Sentaron a Jarabo y el verdugo, un extremeño delgado y débil al que habían dado una botella de vino antes de la ejecución para que no se arrepintiese antes de tiempo de su labor comenzó a ejecutar la sentencia. Lo que se suponía una ejecución casi instantánea y sin apenas dolor se convirtió en una auténtica agonía. Jarabo que era un tipo corpulento, con un cuello fuerte, y su verdugo tan débil y bajo los efectos del alcohol tardó más de lo necesario en realizar la operación y en lugar de un simple click se convirtió en una lenta agonía de 15 minutos.
 
Cuándo se certificó la muerte de Jarabo, lo metieron en un ataúd y se llevaron su cuerpo sin vida al cementerio de La Almudena, dónde permanece enterrado a día de hoy. Fueron muchas las voces que tras la muerte de Jarabo sugerían que todo había sido un montaje, que realmente Jarabo no había muerto, y que se había preparado una forma de librar al asesino de la pena de muerte, dadas las amistades importantes que su familia tenía. A la llegada al cementerio, un comisario hizo abrir el ataúd para que unos cuántos incrédulos diesen fe de que aquel cadaver era el de nuestro Jarabo.
 
Como ya mencioné en alguna ocasión, el suceso de Jarabo puede verse en uno de los capítulos de la serie española La Huella del Crimen, interpretado magistralmente por Sancho Gracia y dirigido por Juan Antonio Bardem. Yo recomiendo este capítulo, y en general cualquier otro sobre esta brillante serie sobre la crónica negra de España.

2 comentarios:

  1. Jarabo, el que a hierro mata a hierro muere.

    Buena crónica, Pimpf, la he seguido por completo.

    Saludos.

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  2. wow!!
    me sorprendio el abogado, mientras te leia senti lastima de JArabo (que tenia bien merecido el castigo ), debio tener miedo, que habria pasado por su cabeza? Y los ultimos instantes que terrible, Yo no creo en la pena de muerte, la vida debe preservarse incluso la de este horrible asesino.
    Hace años que no aplico inyectable por la desagradable sensacion que se produce cuando la aguja rompe los paquetes musculares, asi que no podria clavar un cuchillo o disparar una pistola!

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